La autoexigencia y la ansiedad
María, de 43 años, afirma que “no puede más”. Ella está casada. Tiene dos hijos pequeños. Trabaja fuera del hogar. Está pendiente de sus padres que son muy mayores, además de ayudarles con las tareas de su hogar o con las compras cada semana. Y tiene unas amigas que siempre le insisten de quedar y charlar constantemente. Es un ejemplo claro de autoexigencia que puede llevarle a sufrir ansiedad.
Es un caso ficticio que ejemplifica cómo una persona puede llegar a exigirse estar disponible las 24 horas del día para los demás. La protagonista de este ejemplo quiere ser madre, esposa, hija, amiga y profesional perfecta, pero no puede abarcar con todo. Le faltan fuerzas y tiempo para llevar a cabo tantas obligaciones. Una persona que tenga tal nivel de autoexigencia se sentirá angustiada, sufrirá por no poder abarcar todo, y sus niveles de estrés y ansiedad se elevarán hasta límites poco saludables psicológicamente.
Una persona con estas circunstancias llegará a sentirse mental y físicamente agotada. Padecerá síntomas físicos como por ejemplo dolores musculares, agotamiento, o problemas digestivos, entre otros. No dormirá bien. Y anímicamente se sentirá triste, y muy probablemente su nivel de autoestima descenderá irremediablemente. Lo más seguro es que llegue a desarrollar y experimentar un trastorno de ansiedad.
Es cierto que la sociedad actual nos exige un alto grado de obligaciones, llegando hasta al punto de asfixiarnos psicológica y emocionalmente. Pero a menudo nuestra propia autoexigencia nos hace asumir demasiadas responsabilidades y comprometernos con más obligaciones que las debemos o podemos asumir. Nuestras propias exigencias pueden convertiré en nuestro peor enemigo, llevándonos a padecer un alto grado de ansiedad.
¿Qué debemos hacer para no llegar a tales extremos?
Por lo tanto, es recomendable buscar ayuda profesional que puede guiar a la persona para ajustar sus propias exigencias y hacerle ver hasta donde es capaz de llegar en sus obligaciones y donde no.
Es importante que sepamos delegar responsabilidades. Está claro que no somos capaces de estar en todos los lugares ni estar pendiente de todo el mundo. No tenemos ni fuerzas ni tiempo suficiente. Tenemos que dejarnos ayudar por aquellos que nos rodean. Debemos compartir responsabilidades.
Debemos bajar nuestro nivel de exigencia. No todo tiene que estar perfecto. No tenemos que sentirnos culpable por ello. Podemos ocuparnos de ciertas obligaciones, pero no de todas. No debemos responsabilizarnos en exceso, ni aceptar más obligaciones de las que podemos abarcar.
Tenemos que aprender a dosificar nuestros esfuerzos. Debemos priorizar lo verdaderamente importante, lo demás puede esperar o podemos pedir ayuda a los demás para hacer esas actividades secundarias.
Es fundamental que aprendamos a organizarnos, y con ello hacer una buena gestión del tiempo y dedicarnos también a realizar actividades gratificantes para nosotros.
Debemos cambiar de hábitos. Necesitamos ralentizar nuestro ritmo de vida. Todo lo que hagamos requerirá de su tiempo. No debemos hacer todo de un modo frenético. Aprender a vivir a otro ritmo bajará tus niveles de ansiedad alcanzando el bienestar que necesitas.
Relájate. Necesitamos de tiempo y espacio solamente para nosotros. Todo puede esperar. No pasa nada por posponer actividades que tenemos que hacer. También utilizar técnicas de relajación podrá reducir nuestros niveles de ansiedad y estrés.
Conclusiones
Los cambios que necesitamos deben implantarse paulatinamente. Debemos dejarnos orientar por un profesional que mediante una guía terapéutica puede ayudarnos a alcanzar otro estilo de vida más pausado, priorizando lo importante y dejando a un lado lo que no lo es, pudiendo de ese modo alcanzar el bienestar que necesitamos.
Daniel Molina, Psicólogo Emocional Online