Ira y Depresión
Cuando experimentamos ira y depresión es porque necesitamos canalizar todas nuestras frustraciones, malestares y dolores. Es la gestión fallida de algo que debemos tratar para sanar esas heridas emocionales, que tanto nos duelen. Alguien que está siempre enfadado, normalmente está igualmente deprimido, y al revés, cuando alguien está sumido en una profunda depresión, está continuamente en un estado de irritabilidad.
Ira y depresión son dos realidades que siempre van unidas. Cierto que los falsos estereotipos nos dicen que la persona que está profundamente deprimida, se muestra apocada o encapsulada en su inmensa tristeza. Pero esto no es así. Dependiendo de la personalidad de la persona con depresión, puede desarrollar una irritabilidad y agitación muy exagerada.
Diversos estudios realizados en el campo de las emociones, afirman que las personas que poseen una tendencia a enfadarse, también son las más vulnerables a padecer una depresión. Se ha logrado establecer una relación directa entre la ira y depresión.
La ira y depresión son dos estados que suelen tener un desencadenante en común, y este es: la frustración. Esta emoción nace de no poder alcanzar o conseguir un deseo u objetivo deseado. Este tipo de fracaso no gestionado adecuadamente por estar en un estado anímico bajo, puede desencadenar un ataque de ira. Todo ello viene acompañado de una autoestima dañada, y de un deficiente desarrollo emocional.
Relación entre la ira, la depresión, y el inconsciente
La ira y depresión, bajo el prisma del inconsciente, forman parte de una misma realidad. Se puede afirman que siempre van de la mano. Lo que puede diferenciar la una de la otra, es el objeto hacia el que se dirigen. La ira se vuelca siempre hacia algo externo, ya sea hacia una persona o cosa. La depresión por su parte, incluyendo los mismos sentimientos agresivos, siempre van dirigidos hacia uno mismo.
Ira y depresión están siempre unidas. En la ira, cuando existe una explosión de agresividad, esta va dirigida hacia los demás. Se busca dañar al otro, pudiendo ejecutarse mediante palabras que ofenden y degradan, o en casos más intensos, puede darse incluso agresiones de tipo físicas.
En la depresión ocurre algo muy similar, solo que, en este caso, la violencia o agresividad se comete hacia uno mismo, ya sea de tipo verbal como física. Es una agresividad tan dañina y destructiva, como aquella que va dirigida hacia los demás. Un estado anímico bajo predispone a la persona a realizar ciertas conductas que pueden poner en riesgo la propia integridad.
¿Esta relación es un círculo vicioso?
La depresión se basa en una insatisfacción personal acerca de la propia existencia. Las frustraciones constantes pueden hacer mella en nuestro estado anímico, destruyéndolo por completo. Si sufrimos experiencias traumáticas y negativas, ello nos produce un sentimiento de desesperanza tal que llega a destruirnos. La depresión se nutre de estas experiencias negativas y frustrantes.
Cuando uno es incapaz de afrontar su propia vida, la autoestima se debilita. Si uno no es capaz de gestionar todas esas emociones tan negativas, ellas se instalan en nuestra alma, y nos sumergen en un pozo tan profundo y oscuro, que no podemos salir por nosotros mismos. Es un estado de opresión interna, que puede llegar hasta el extremo de que nos rompa por dentro, y para siempre.
La ira es fruto de un estado anímico totalmente alterado. Cuando uno no se siente bien, nacen sentimientos y emociones muy negativas, que a menudo pueden expresarse mediante la agresividad. La ira y depresión se nutren la una a la otra. Cuando más profunda sea la depresión, la agresividad será más visible.
La relación entre estas dos realidades es un círculo vicioso, difícil de romper. La depresión se expresa mediante la ira, y la ira es fruto de un estado alterado del ánimo. Para poder acabar con los episodios agresivos, debemos tratar el origen de la problemática, y es la depresión. Solamente de ese modo, podremos acabar con estos patrones emocionales tan dañinos.
Escucha y acepta tus propias emociones
Ira y depresión son dos estados o realidades totalmente destructivas, tanto para las personas que la sufren, como toda persona allegada. Quien sufre este tipo de estados, crean conflictos totalmente innecesarios, con una intensidad emocional excesiva y desproporcionada. Cuando estos momentos de gran intensidad y agresividad remiten, aparecen los sentimientos de culpa, donde pueden degenerar en una gran frustración y aislamiento. Esto hará que la ira y la depresión se incrementen sin remedio.
Para poder acabar con todos estos círculos viciosos, es necesario ponerse en manos de un profesional. Mediante la terapia, se puede estabilizar el estado anímico, y de ese modo, anular la ira. Es un proceso lento, que requiere mucho esfuerzo, pero es totalmente necesario. También es esencial aprender a escuchar todas las emociones que habitan dentro de nosotros, y darles la importancia que requieren. Si no somos capaces de reconocer nuestras propias emociones, estamos condenados en caer en lo mismo. La salida a esta realidad pasa por identificar y aceptar nuestras emociones.
No podemos permitir que ningún estado emocional nos dañe y haga que seamos una persona totalmente a la que somos. No podemos caer en ello. Tenemos que poner solución a esta problemática, tanto para mejorar y no dañarnos, como para no dañar a los demás.
Si alguna vez sientes que los sentimientos de tristeza extrema o de rabia, se convierten en tu propia sombra, controlando tu vida, y controlándote a ti mismo, deberías, en ese momento, plantearte la ayuda profesional, ya que es una única salida a todo lo que estás sufriendo, porque este tipo de problemáticas no desaparecen nunca por si solas. Así que no dejes que la rabia o la depresión controle tu vida. Vuelve a tener el control. ¡Adelante!
Daniel Molina, Psicólogo Emocional Online