El hambre por ansiedad
A todos nos ha pasado que nos ha entrado unas ganas horribles de comer. No se trata de un hambre normal, sino de un hambre que zarandea nuestro interior. Es una necesidad de comer que nos empuja a devorar lo primero que vemos en el frigorífico, o en nuestra despensa. Puede que esa hambre haya aparecido estando en la calle, y te has visto en la necesidad de comprarte algo, como puede ser un paquete de galletas, alguna chocolatina, o quizás algún helado. Es el hambre por ansiedad.
Cuando sufriendo situaciones negativas que nos estresan y nos dañan anímicamente, necesitamos buscar algún estímulo que nos ayude a soportar todo lo que está sucediendo. Es como una recompensa emocional para premiar todo lo que estamos sufriendo. Es por ese motivo que en ese estado de agitación interior necesitemos de comer ciertos alimentos que pueden elevarnos nuestros estados ánimo, aunque sea momentáneamente.
Las situaciones en las que pasamos hambre de verdad, después de diversas horas sin comer, las podemos identificar sin ningún tipo de problema. Pero el hambre por ansiedad es más complicada de detectar. Para hacerlo tenemos que observar otros indicadores, que ya veremos más adelante.
Todos los expertos indican que nunca es recomendable pasar hambre, ni pasar más de cuatro horas sin comer, aunque sea un pequeño tentempié. Pero lo cierto es que a veces comemos sin tener hambre, ni una necesidad real de comer. Son esas veces que comemos para intentar esconder nuestras emociones. La ingesta de comida poco saludable, sin tener hambre, tiene como objetivo principal, callar nuestro estrés, nuestra tristeza y la ansiedad.
Para poder romper el círculo vicioso que nos empuja a comer sin hambre para sentirnos mejor, tenemos que aprender a distinguir entre el hambre por ansiedad, y el hambre que surge de no comer durante horas. Identificar las características de esa hambre por ansiedad es clave para que podamos afrontarlo adecuadamente.
Característica del hambre por ansiedad
Entre las características del hambre por ansiedad encontramos:
- Aparece en forma de antojos. El hambre por ansiedad nunca te va a sugerir la ingesta de un plato de verduras o una buena ensalada. Normalmente, nos pedirá alimentos pobres en nutrientes, y muy calórica, como pueden ser los dulces o las comidas ricas en grasas saturadas (la denominada comida basura).
- No se puede saciar. Cuando tenemos hambre, sabemos más o menos la cantidad que vamos a comer. Cuando se trata del hambre por ansiedad, empezamos a comer sin parar hasta que nos sentimos muy llenos. Ese tipo de hambre donde están implicadas nuestras emociones, tiene un inhibidor sobre la saciedad, haciéndonos sentir llenos más tarde del momento real en que ya lo estamos.
- Intenta rellenar un vacío emocional. Después de un desorden emocional, aparece esa necesidad de comer sin hambre. Es una ingesta de alimentos que nos pueda alegrar, como son los compuestos con azúcares, y los propios de la comida basura. Con este tipo de comida pretendemos conseguir cierto alivio interno. Es un alivio totalmente momentáneo, y durará lo que dure la propia ingesta. Cuando acabamos de comer, los problemas seguirán ahí, y se sumara la culpabilidad, entre otras emociones.
- Se come a escondidas. Nadie se da un verdadero atracón de comida en compañía. Es una especie de comportamiento ritual que se realiza siempre en soledad. A veces es la propia soledad la detonante de los atracones. También pueden surgir cuando se tiene que abordar un problema que nos ahoga y nos paraliza.
- Genera culpabilidad. Todos sabemos que para saciar el hambre hay opciones más saludables que, por ejemplo, una bolsa de patatas fritas. Además, ese tipo de alimentos lo comemos sin hambre, y por tanto no nos sacia. Es bastante común que después de estas ingestas, la culpa y la necesidad de castigarse por no poder controlarse, aparecen irremediablemente.
- Es una ingesta impulsiva. En el preciso momento en el que comemos para saciar nuestra hambre por ansiedad, lo hacemos sin reflexionar demasiado. Es decir, de un modo totalmente impulsivo. No nos paramos a pensar si debemos o no hacerlo. Lo hacemos sin más.
- Nos evadimos momentáneamente de las responsabilidades. Imagina ese día que tenías cosas que hace. Quizás ir al gimnasio, o la biblioteca a estudiar. Pero no te apetece y acabas quedándote en casa. Sabemos que no hemos cumplido con nuestro deber, y la culpa se instala en nuestro interior. La ansiedad comienza a aparecer, y acabamos buscando algún alimento que nos proporcione ese alivio que tanto buscamos. La comida se convierte en un ansiolítico momentáneo, que solo enmascara el problema.
Una vez que terminamos por sucumbir al hambre por ansiedad, nos sentimos incluso peor que al inicio. Es entonces cuando nos damos cuenta de que acumulamos dos culpas. La primera es la de no haber cumplido con nuestras obligaciones, y la otra de haberte dado ese capricho que “tanto necesitabas”. Además, nos damos cuenta de que mientras comíamos no hemos sentido la temida ansiedad, así que volvemos siempre a por más. Es un círculo vicioso en el cual podemos caer fácilmente. La ansiedad solo se supera mediante terapia. Todo lo demás siempre serán unos simples parches.
¿Por qué comemos por ansiedad?
La alimentación, cuando es de tipo emocional, implica que nuestro estado ánimo, condiciona aquello que comemos. La persona que padece un elevado nivel de ansiedad, no comerá por una necesidad fisiológica. La ingesta de ciertos alimentos, hará que sentirnos mejor y más relajados, ya que al hacerlo se liberan gran cantidad de neurotransmisores, como es la dopamina.
Pero ese bienestar es ficticio y siempre es momentáneo. Una vez que hemos acabado de comer, nos embarga un sentimiento profundo de culpabilidad. Es realidad, la recompensa que nos proporciona ciertos alimentos calóricos, dura muy poco tiempo, y en medio o largo plazo, comer de forma compulsiva provoca angustia, y aumenta aún más la ansiedad.
En muchas ocasiones, la comida provoca más efectos de carácter negativo en las personas con ansiedad. Esto sucede porque en un estado ansioso, se suele optar por las comidas muy poco saludables, lo que puede alterar aún más la situación y el sufrimiento.
Los estados de ansiedad jamás se pueden tratar ni aplacar mediante la comida. Intentar aliviar la angustia emocional con la comida acaba siempre empeorando la situación. Es problema es mucho más complejo, y suele estar causado por:
- Incapacidad por gestionar las emociones. Si no podemos gestionar nuestras propias emociones, el paso a seguir es siempre intentar silenciarlas. La comida se convierte entonces en un alivio temporal a este problema.
- Un excesivo autocontrol. Si intentamos reprimir las ganas de comer en exceso, podemos provocar el efecto contrario. Así que este tipo de soluciones solo agrava la problemática.
- La comida como placer. Si encontramos un bienestar absoluto mediante la comida, es muy sencillo acabar comiendo de forma compulsiva. Este comportamiento podría acabar convirtiéndose en una adicción a la comida si no podemos controlarlo.
Cómo controlar el hambre por ansiedad
Identificadas las posibles causas del hambre por ansiedad, debemos aprender a controlar esa necesidad emocional. Así que, es fundamental que sepamos diferenciar nuestra hambre. Es decir, cuando es un hambre real o es un hambre que intenta aliviar nuestra ansiedad. Si conocemos las características de una y otra, podemos identificar por completo el problema, y podemos ponerle una solución eficaz. Así que:
- Aprende a identificar ese tipo de hambre para combatir el hambre por ansiedad. Reflexiona el porqué de tu situación, y que te empuja a comer. Encontrarás siempre algún motivo por el cual tu ansiedad es tan en un nivel alto. De ese modo podrás prever la alimentación emocional, reduciendo tu ansiedad por otros medios, como es la meditación, o haciendo actividades que te permitan evadirte. Ten en cuenta que el hambre por ansiedad aparece de repente. Y además aparece con una gran intensidad, provocándonos una dificultad hercúlea por resistirnos a ella. Así que, si sentimos que nos embarga ese tipo de hambre imprevista, tenemos que identificar que es un hambre producida por nuestra mente. Es un hambre que no responde a una necesidad., sino que nos invita a una ingesta placentera capaz de aliviar nuestro pesar emocional, aunque sea de un modo momentáneo.
- Gestiona tus emociones. Reprimir las emociones es siempre un error. Las emociones negativas son parte de nosotros, y como tal, debemos aceptarlas. Aprendiendo a gestionar nuestras emociones, tanto las negativas como las positivas, podremos disminuir nuestros niveles de ansiedad. Cuando la tensión interior disminuye, podemos relajarnos, y las ganas de comer de forma compulsiva también remitirán.
- Relájate. Es muy importante encontrar paz interior. Aunque sea muy difícil, debemos relajarnos en momentos en los que nuestra ansiedad está muy elevada. Si logramos no caer en estados de angustia, mejoraremos notablemente. Es muy importante tener una buena higiene de sueño, así como hábitos que nos ayuden a estar activos y centrados en otras cuestiones como, por ejemplo: hacer actividades lúdicas, deporte, o simplemente relacionarnos con los demás. De ese modo nos será mucho más fácil controlar nuestra hambre por ansiedad.
- Busca ayuda profesional. Si caes en el hambre por ansiedad, es que sufres ansiedad. Eso es un hecho. Y como todas sabemos, la ansiedad no es una problemática que se soluciona por si sola. Eso no ocurre jamás. Recurre a la ayuda psicológica. Te permitirá identificar el porqué de tu ansiedad, y podrás acceder a estrategias que te permitan controlarla.
Daniel Molina, Psicólogo Emocional Online